jueves, 18 de diciembre de 2008

Curiosidades del callejero más castizo

Me iba anoche de madrugada a la cama ya por imperativo categórico cuando, buscando algo en lo que matar el tiempo antes de conciliar el sueño, encontré un interesante libro. Uno de esos tomos que ocupan las estanterías inalcanzables del salón y que ya están mentalizados de que han pasado a mejor vida para los habitantes de la casa. Llevaba por título "Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid" y está firmado por Antonio Campmany. A pesar de que el autor no fue excesivamente original con el título de su libro, en él relata algunas curiosidades interesantes de los nombres del callejero que me animaron esta mañana a compartir con vosotros, previo paso por la red de redes en busca de más información.

Una de las cosas que más me llamaron la atención acerca del callejero son los orígenes de los nombres de las vías del Madrid antiguo, por el que todos hemos paseado miles y miles de veces sin prestar demasiada atención a los carteles. Es el caso por ejemplo del Rastro, en la Ribera de Curtidores, por el que cada domingo pasan miles y miles de madrileños en busca de alguna ganga que comprar. Pues bien, las crónicas dicen que la historia de su nombre es que, mucho antes de que fueran ríos de gente los que caían desde Cascorro hacia la Ronda de Toledo en el mercadillo, lo que fluían eran ríos de sangre por la empinada cuesta. Y es que el lugar estaba habitado por decenas de familias de curtidores de pieles que cada día recogían piezas de ganado ya sacrificadas de un matadero cercano dejando a su paso un rastro rojo de la sangre del animal. De ahí el nombre de El Rastro, bastante siniestro ¿verdad?

Casi paralalelamente con la Ribera de Curtidores discurre la calle Embajadores, que también posee un nombre con historia. Dice el saber popular que en el siglo XV una terrible epidemia de peste asoló Madrid y que entonces el rey Juan II de Castilla ordenó proteger a los embajadores extranjeros a las afueras de la ciudad. Así, los diplomáticos de Túnez, Navarra, Aragón y Francia se trasladaron a diversas casas de campo a extramuros. Como la zona en la que se refugiaron no estaba edificada, el área que había entre las residencias de emergencia de uno y otro se comenzó a llamar "Campo de los Embajadores", de manera que, cuando siglos después se edificó la zona por la expansión de la ciudad, el espacio conservó su nombre.

Muy cerquita del rastro está uno de los barrios más castizos de Madrid, La Latina, que da cobijo asimismo lugares con nomenclatura curiosa. Junto a las plazas de La Cebada y La Paja, que tienen su origen en los mercados de grano y cereal que albergaban, encontramos por ejemplo la plaza de Puerta de Moros, que no era sino el comienzo del barrio musulmán, o la Plaza del Humilladero, que recibe su nombre de la vieja costumbre de colocar cruces o imágenes de santos a las entradas de las ciudades ante las cuales los cristianos hacían una reverencia (se humillaban) buscando protección. En el lugar que ocupa hoy la plaza debió haber algún tipo de icono sagrado.

Caminando hacia lo que es hoy Sol nos encontramos también con la Plaza de Puerta Cerrada, llamada así porque en el lugar se encontraba la puerta de entrada a la ciudad donde más bandoleros y maleantes acechaban, por lo que sucesivos reyes decidieron dejarla cerrada para erradicar el foco de delincuencia. Una parada obligada en el trayecto hacie el kilómetro cero serían los bares y tascas que por doquier copan hoy las calles de la Cava Alta y Cava Baja, que eran fosos (o cavas) defensivos que se realizaron frente a la muralla en la zona y así compensar el hecho de que la topogradía de ese tramo fuera peligrosamente llana.

Como punto y final a esta entrada me gustaría que nos detuviéramos en la Plaza del Dos de Mayo, que todos hemos visitado mil veces a lo largo de nuestra juventud. El nombre del lugar no fue un simple homenaje a los héroes nacionales en un emplazamiento arbitrario, sino que fue cuidadosamente escogido. No sé si recordáis las estatuas de Daoiz y Velarde en el centro de la plaza, que comparten espacio con una especia de arco o puerta de más que dudosa belleza. Bueno pues el caso es que, ese arco, era la puerta del Parque de Artillería Monteleón, al que acudieron los madrileños más astutos a robar rifles mientras que sus vecinos comenzaban la Guerra de Independencia con piedras y palos. Palos que cayeron a más de uno dos siglos despúés cuando la Policía Nacional convirtió el lugar en un bastión contra el botellón.

1 comentario:

Clodovico dijo...

Acabo de descubrir tu blog por el meneame y es súper interesante, creo que voy a leerme unos cuantos post más ;)
Saludos!